dilluns, 31 de maig del 2010

De cómo Gráinne obtuvo su apellido

Registrando viejas carpetas encontré este escrito, la prueba para entrar en una partida de rol narrativo, que escribí hace ya unos años. Me ha hecho gracia y he decidido compartirla. ¡Disfrutadla!

Hace escasos días, la señora a la que servías como traductora, te entregó algo nerviosa una carta. Ésta se encontraba escrita en Clásico y quería que se la leyeras en Reikpield, el Idioma Imperial. Al parecer, se trataba de una perfumada carta a la que la invitaban a una fiesta en la casa de los Von Hüsel, una familia burguesa bastante conocida en Nuln. Viste como los colores de tu señora brotaban en sus pómulos y te indicó que redactaras, también en clásico una respuesta afirmativa de su asistencia y así lo hiciste.

Tu curiosidad no era poca, así que decidiste también asistir a la fiesta de los Von Hüsel y tras el misterio de la máscara… ¿Quién te iba a reconocer?

Te colaste cautelosa en el jardín de los Von Hüsel intentando evitar la entrada principal y buscando una puerta de servicio. Ahí estaba, la puerta que daba a la cocina. Tuviste mucha suerte puesto que estaba completamente vacía pero la cena ya estaba prácticamente lista, las diferentes fragancias de los diferentes manjares impregnaban tus fosas nasales arrastrándote hasta el interior. Sin más ya estabas dentro. Rápidamente te pusiste la mascara y si alguien te preguntaba, el simple pretexto de “…lo lamento, me había perdido” sería suficiente. Recorriste la cocina hasta llegar a la puerta, donde esperabas tras ella o el comedor o la sala de fiestas, abriste la puerta.

Tu corazón se detuvo al ver lo que aguardaba tras el umbral. Realmente era “una fiesta de mascaras” porque eso era lo único que llevaban todos los invitados, mascaras. Sorprendida te dispusiste a cerrar la puerta pero, aguardaste un instante… y volviste a mirar. La naturalidad con la que se movía esa gente era sorprendente, empezabas a dejarte embadurnar por la erótica de la situación… ¿Qué debías hacer?


Nunca llegó a cerrar la puerta; años más tarde lamentaría amargamente (a veces) esa indecisión.

Por la ranura se veía una sala de baile inmensa, de alto techo, era tal su largada que desde su posición no alcanzaba a ver la otra pared. En parte eso se debía a la penumbra en la que esta se encontraba. Solo las lámparas de la parte central estaban encendidas; suntuosas arañas de intricados diseños, parecían flotar indolentemente a diferentes distancias de los invitados, y filtraban una cálida luz rojiza a través de sus lágrimas de cristal. En el espacio de luz que formaban, hombres y mujeres vestidos solamente con sus máscaras se movían como en un sueño, lentos su andar y sus gestos, como con un esnobismo llevado al extremo. O esa es la sensación que daba a la distancia; una frontera invisible de incienso y otros aromas ardiendo filtraba también los sonidos, que parecían escuchados a través de terciopelo.

Enseguida la curiosidad venció al niño que teme ser encontrado con las manos en la masa. Sus dedos se dirigieron al escote y empezaron a desabrochar los corchetes del ajustado corsé.

No debe sorprendernos su acción. Ella nunca había sido muy puritana, que dijésemos. Muchas veces el barbero cirujano con el que vivía la había pillado espiando sus frecuentes encuentros “amorosos”, observando clínicamente todo el proceso con sus ojos grandes e inertes. Él entonces dejándolo todo a medias la perseguía lanzando imprecaciones y gritando que un día de estos a ver si se topaba con su madre. Pero ella no se inmutaba. Esquivaba a su perseguidor y le respondía con un repertorio de gritos y gemidos que hubiesen hecho enrojecer a la mejor de las putas.

Dejó escapar un suspiro de alivio cuando ese refinado instrumento de tortura le liberó el torso y sus pechos volvieron a una posición mucho más natural, apuntando firmemente hacia fuera. Siguió con los nudos de la falda.

Nunca reflexionó sobre la suerte que había tenido de que a su tutor no le fuesen según qué perversiones, como les pasaba a muchos de los niños que eran sacados del centro de acogida del templo local. Y tampoco agradeció lo suficiente que el oficio de Herr Kommel requiriese viajar por buena parte del imperio y le diese acceso a una educación mucho mejor que la de otros (Herr Kommel no sabía Clásico, pero tuvo el buen sentido de guardar los libros sobre botánica y anatomía como falcas para la carreta). Claro que costaba mostrar agradecimiento por algo cuando uno miraba el muñón al que todo se debía. La verdad es que no había quedado tan mal. 20 años después la cicatriz ni se notaba; el hombro acababa en un suave bulto en donde hay la articulación, parecía una niña que simplemente hubiese nacido sin brazo. Sí, sin duda Herr Kommel hizo un buen trabajo, después de cortarle la extremidad por accidente cuando esta sobresalía por debajo de unas tablas palpando en busca de comida; declaró luego ante el juez que el alcohol le hizo confundirla con una cola de rata más gorda de lo habitual.

Y ahora ya no era una niñita sucia y delgada que con aún restos de sangre coagulada en el costado era asignada sin miramientos al viejo barbero cirujano como quien vende un saco de patatas. Seguía yendo desnuda, pero su cuerpo era el de una mujer joven, de apetecibles curvas y piel tersa, tornada en ese instante en carne de gallina por el repentino cambio de temperatura. Con habilidad se envolvió el chal de manera que colgase más por un lado que por el otro, ocultando el pecho izquierdo y la ausencia del miembro. Pues había observado que los invitados no iban completamente desnudos, que no habría tenido atractivo alguno. Todos ellos llevaban algún complemento que otro, desde las más atrevidas con solo largos collares de perlas hasta prendas semitransparentes o hábilmente recortadas. Sin más dilación cruzó el umbral y disimuladamente se fue acercando hasta confundirse con el grupo.

“¡Jajajaja!”. Soltó una fina carcajada a alguna ocurrencia de clase alta que alguien había soltado, y los del círculo la acogieron con aprobación. Nunca antes había asistido a un acto social de tanto nivel, pero había coordinado algunos para su señora, y sabía las reglas no escritas que los regían. Sobretodo, no llamar la atención… Una señora con guantes de seda y sujetando un abanico dio un grito de placer al probar uno de los “delicatessen de fresas con sorpresa”. Ella comentó que era admirable como de deliciosas sabían aun siendo de invernadero puesto que no era el tiempo todavía, y varios comensales más se agolparon – con clase – a la mesa para probarlos. Sonrió para sus adentros, empezaba a sentirse maravillosamente. “¿Un poco más de este exquisito D’Artois del 87, querida?”.

Poco a poco se fue desinhibiendo, y empezó a mirar con más descaro los cuerpos de sus interlocutores mientras asentía, “mm, ahá”, a insustanciales conversaciones sobre moda o la última creación del juglar local. Observó que todos los miembros masculinos iban empalmados sin esfuerzo, quizá ayudados por alguna sustancia en la comida. Fuese eso o no, el caso es que no tardó en sentir las palpitaciones llamando al placer en sus genitales, y, dándose cuenta de ello, empezó a sudar. No es que fuese la única. Al cabo de un rato reconoció por fin a su ama entre los asistentes. Estaba apartada intentando mantener la compostura al lado de un caballero que poseía una espada impresionante; su copa temblaba visiblemente al hablar.

Justo cuando la tensión se hizo insoportable, un hombre llamó la atención de los invitados dando golpes con el bastón en el suelo. No recordaba haberlo visto antes. Era alto y delgado de constitución, con unos… dedos excepcionalmente largos. Llevaba una máscara bellamente ornamentada con plumas de muchos colores, y se cubría el torso con un chaleco de seda negra. Llevaba también un pañuelo rojo del mismo material alrededor del cuello, y en su mano un bastón coronado con un rubí.

Cuando todos lo estuvieron mirando, hizo un gesto con las manos, y las cuatro puertas que daban al salón desde cada punto cardinal se abrieron de par en par para dejar pasar carros y más carros llenos de comida. La sala se llenó de los olores más diversos, y la sola presentación de los platos hacía salivar de anticipación. El anfitrión esperó en silencio a que los sirvientes se fueran otra vez, y sólo entonces obsequió a los presentes con una enorme sonrisa, mientras cogía de la mano a una bella muchacha que había cerca de él. La joven parecía encantada de ese honor, y lanzaba risitas nerviosas aquí y allá, pero dio un respingo cuando él la inclinó de repente y se dispuso a morderle el cuello. Pero no lo hizo. En lugar de eso la olió ruidosamente, y con su larguísima lengua fue recorriendo su cuerpo, lamiéndola lentamente, hasta llegar a los pechos, que se movían arriba y abajo con la agitada respiración de la chica. Esta entonces se abandonó con los ojos cerrados; él iba trepando por su pecho, círculo a círculo, los ojos de todos devorando cada curva, cada suspiro… Hasta que ¡chac!, dio un sonoro mordisco, la chica lanzó un grito ahogado, y todos se quedaron mirando hipnotizados como una gota de tono rojizo resbalaba por su piel desde su boca… que masticaba con satisfacción un trozo de carne que con habilidad de mago había furtado de la mesa más próxima con su mano libre. Se incorporó (dejando caer a la chica que aun en el suelo se retorcía de éxtasis), y con un dedo se limpió la gota de sus labios.

“No dejen de probar la perdiz en escabeche. Está deliciosa” – dijo.

Eso dio paso al desenfreno. Los invitados se abalanzaron sobre comida y partenaires por igual, tragando hasta que nada les cabía en la boca, regurgitando entonces para volver a tragar. Las mujeres aliñaban los bocados en sus propios jugos, y danzaban alrededor de los hombres, que parecían surtidores. Y ella que no veía nada, su vista se nubló con manchas rojas y negras, se le embotaron los sentidos, todo girando peligrosamente a su alrededor… Tenía que salir de allí como fuese… Volvió en sí de golpe cuando notó que alguien la agarraba del brazo. Giró la cabeza tratando de enfocar la vista, y descubrió un señor con quien antes había hablado, y que le había parecido entero y refinado, que arrodillado a su lado observaba con mirada de demente su pubis mientras engullía cantidades ingentes de arroz, llenándolo todo de granitos. Se intentó soltar, pero otra “señora” empezó a restregarse por su espalda y a lamerla, y como le molestaba el chal, quería quitárselo. Ella forcejeaba y les daba patadas, pero eso parecía excitarlos aún más, hasta que desgarraron la ropa de un tirón, y su deformidad quedó a la vista de todos.

La mujer dio un grito de sorpresa, que hizo atragantarse al hombre y que empezara a toser, llamando la atención. Pronto todos estuvieron mirándolos, y se hizo el silencio, solo roto por su ex ama, que se desmayó por allá el fondo; nadie le hizo caso. Porque el anfitrión se había abierto paso hasta donde estaba ella; prudentemente el hombre y la mujer se retiraron hacia la multitud.

“¿Cómo te llamas?” – Su voz sonaba peligrosamente melodiosa.

“Gráinne Chiotóg*, Herr”.

“Ya decía yo que tu cara no me sonaba.” – el hombre se estaba limpiando distraídamente unos regueros en su chaleco. Y la miró. Solo un instante. Pero una luz de entendimiento debió de pasar entre los dos, porque ella ni siquiera se asustó cuando él con violencia le retorció el brazo detrás de la espalda. “¡Tócame!”, le gritó. Y lo hizo. De alguna forma u otra, aunque los espectadores tan solo veían a dos figuras inmóviles que se miraban fijamente, el tiempo detenido. Más tarde el suceso se discutiría en todos los clubes y salones de té. Y es que el anfitrión no tenía precisamente fama de perdonar según qué descaros, y sin embargo al cabo de unos momentos empezó a respirar profundamente, hasta que deshizo el apretón y se separó unos pasos.

“Chiotóg es un malnombre que no te hace justicia. A partir de ahora te llamarás Fräulein Gráinne Chiotach*”.


*Ciotóg es zurdo en irlandés. Y ciotach es torpe, pero también malintencionado, funesto, el equivalente español de siniestro (que reúne los dos significados en una única forma).

Moltes coses

Moltes coses, moltes coses han passat en aquests últims mesos. Deixo la parella per anar-me'n amb l'amor de la meva vida. Passo dos mesos meravellosos, els millors des que tinc memòria, fent de tot i més a tots els nivells. Deixo fins la feina i París per anar-me'n amb l'amor de la meva vida... I acabo sola a Barcelona. Que necessita estar sol. Bé, esperaré... sola? Ni de conya! A Barcelona hi he recuperat un munt d'amics, alguns molt antics, d'altres els vaig conèixer abans d'ahir però alguna cosa em diu que els tornaré a veure. Perquè s'acosta l'estiu, i jo, bé, ja em coneixeu, bullo d'activitat. El cap em roda de tantes coses que haig de mirar de fer.

Així que com que m'agraden molt les llistes, n'he fet una amb els meus projectes actuals. A veure què us sembla:

- Anar a Barcelona Activa a informar-me de les subvencions que et donen si vols muntar un negoci (creperia ambulant...?).
- Anar a l'INEM a preguntar pels cursos gratuïts.
- Anar al Tradicionarius a veure quan fan les activitats d'estiu al Pirineu per no oblidar el violí.
- Veure algún concert de la nova gira d'Els Pets (qui s'apunta??).
- Anar a Còrdova per fer la prova del grau mig i aprofitar per visitar la zona (qui m'acompanya? és a finals de juliol).
- Acabar Lost, Samantha Who, Scrubs, Battlestar Galactica i Me llamo Earl. Per fer-ho amb tranquil·litat, millor treure'm el carnet d'antics alumnes de la UPF.
- Tenyir-me de blau el cabell.
- Aprendre d'una punyetera vegada a tocar la guitarra.
- Anar a les Ex Mundis, festival de rol i jocs de taula a Purchena, Almeria a finals de juliol.
- Fer reciclatge de conducció amb el meu germà.
- (Potser) Treure'm el carnet de moto o provar de conduir una 125 i comprar-me'n una.
- Buscar feina de barwoman.
- Desmuntar la Xutes (la meva bici vella) i tornar-la a muntar.
- Mirar de col·laborar a Biciclot arreglant bicis a canvi de que me n'ensenyin.
- Visitar gent: la Leti a Vitoria, els de París... organitzar potser un cap de setmana a Salamanca?
- Fer una web per ofertar-me com a correctora de textos.
- Col·laborar a Mosaico (http://mosaico.iblogger.org), actualment en proves, amb l'objectiu d'aconseguir entrades gratis pel festival de cine de Sitges.
- Invadir Facebook amb els Playmòbils.

Crec que no em deixo res...